No todos los días uno tiene la suerte de conocer un hogar tan especial. Llegamos una tarde templada, de esas que invitan a quedarse un ratito más. Los propietarios nos recibieron con esa calidez que solo se encuentra en las casas vividas con amor. Nos invitaron a pasar, y lo primero que nos sorprendió fue el entorno: una parcela de 2.000 m² rodeada de naturaleza, en pleno corazón del campo charro, con la sensación de desconexión total pero con todo cerca.
La vivienda principal es simplemente espectacular. Un chalet independiente, amplio, sólido, lleno de luz y con una distribución pensada para vivir cómodamente: cinco dormitorios (el principal tipo suite con baño privado y vestidor), cuatro baños, cocina independiente con comedor, y un salón majestuoso, con una chimenea acogedora que invita a las tardes de invierno y un gran ventanal que regala unas vistas abiertas al campo que cuesta dejar de mirar.
Nos sentamos con los propietarios a tomar un café en la gran mesa del porche, con una brisa suave y una temperatura ideal. Estábamos tan a gusto que parecía que el tiempo se había detenido. Mientras hablábamos, nos contaban con orgullo cómo cada rincón tenía una historia: la preciosa bodega subterránea, donde se celebran cenas con amigos; el sondeo propio de agua, que les da total autonomía; y, por supuesto, la piscina, perfecta para disfrutar en verano rodeados de paz.
Pero la sorpresa final fue otra: en la misma parcela, hay una segunda construcción, una casita independiente de dos plantas, ideal para invitados, para un familiar o incluso como apartamento turístico. Cuenta con salón con cocina americana y un dormitorio amplio, todo muy acogedor.
Nos hubiera encantado quedarnos. Pero el día cayó, la luz empezó a cambiar, y cuando la catedral de Salamanca se iluminó a lo lejos, supimos que era momento de irnos. Aunque con un pensamiento claro: esta no es una casa cualquiera. Es una de esas que, cuando entras, no quieres salir.
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