Te despiertas con la luz filtrándose suavemente entre las vigas de madera, justo bajo ese techo abuhardillado que hace que todo parezca sacado de un refugio secreto en pleno corazón de la ciudad. Todavía estás enredado entre las sábanas, y el silencio es de esos que no pesan: es un silencio lleno de calma, de comienzo.Te estiras, sin prisas. Abres los ojos y ahí está: el techo inclinado, la ventana que deja entrar los primeros rayos del sol y ese aire soñado que solo tienen los lugares donde la vida se siente distinta. Te pones en pie, cruzas el dormitorio con los pies descalzos sobre la madera cálida y, mientras el café empieza a burbujear en la cocina, subes las escaleras. Porque sí, arriba te espera la joya.Abres la puerta de la terraza, y de pronto el mundo. Cuarenta metros de cielo para ti solo. Respiras hondo. El sol ya empieza a calentar y Madrid se despereza ante tus ojos. Desde ahí, parece otra ciudad: más tuya, más íntima. Te sientas, taza en mano, y dejas que el día te encuentre a su ritmo.Puede que más tarde trabajes desde allí, o que invites a alguien a ver cómo se pone el sol con una copa de vino. Puede que decidas leer, pintar, plantar lavanda o simplemente dejar que el tiempo pase. Pero sea lo que sea, lo harás desde un rincón que no se parece a ningún otro.Este ático no es solo un lugar donde vivir. Es donde empieza tu historia.
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