Entre el Mediterráneo y el Mar Menor, en una de las zonas altas de Monte Blanco, hay una vivienda que vive abierta al este.
Desde su terraza, el mar se adivina al fondo. No hace falta verlo entero para saber que está ahí. Son veinte metros de espacio para desayunar al sol o encender la barbacoa cuando cae la tarde.
Dentro, el salón invita a quedarse. Tiene chimenea, de las de verdad, para esos días en los que el viento sopla fuerte y La Manga se vacía.
Tres dormitorios, dos baños, y una sensación general de calma. No está impecable, pero tiene buena base: la instalación eléctrica, la fontanería, todo lo importante, está perfecto.
El edificio cuenta con piscina climatizada y garaje propio.
Y si un día apetece mar tranquilo, la Cala del Pino está justo ahí, al otro lado de la cuesta.
No es una casa nueva. Pero tiene algo que muchas nuevas no tienen: carácter, orientación y un lugar donde mirar el horizonte sin prisas.
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